El “kibbutz del deseo” o la ansiedad de alcanzar lo inalcanzable.
El deseo configura nuestras vidas, nuestro entorno, nuestras relaciones. Cada uno de los elementos que componen la compleja trama de nuestra existencia individual, esta conducido, cimentado y alimentado por nuestro deseo. Desde el momento en que la conciencia de “si mismo” es adquirida, el individuo se embarca en un complicado y largo viaje hacia la búsqueda de su deseo (o el deseo), de aquello que lo completará/saciará definitivamente. Desafortunadamente, por más diverso, dinámico y atrevido que este viaje sea, nunca llega a nada, o al menos a nada permanente… no como nosotros lo imaginamos.
“La experiencia de constante falta”
Todos los seres humanos nacemos de una madre, y en ciertos casos es la misma madre (y con suerte el padre) quien(es) introduce(n) al(a) nuevo(a) integrante de la familia humana a los usos, costumbres, cultura y dinámica de vida en la sociedad de que se trate. En buena parte de estos casos, es en esencia la madre quien se encarga de proporcionar cuidados, atención y amor durante las primeras etapas de la vida del individuo. En los primeros dos años, el individuo humano es particularmente vulnerable al medio, por lo que es sumamente dependiente a los cuidados de la madre. Durante esta etapa, el niño(a) presenta comportamientos que, de observarse en individuos más maduros o incluso en miembros jóvenes de otras familias, resultarían ofensivos, molestos (llantos nocturnos, babeo, ausencia de control de esfínteres). Sin embargo la madre, impulsada por su instinto y por la norma sociocultural, mira a su retoño como una creación cuasi-perfecta y le brinda cuidados y amor incondicionales.
Este primer momento de la vida del individuo, coincide con el proceso de desarrollo hacia la percepción unitaria del cuerpo/psique, fenómeno conocido en la literatura psicoanalítica como el Estadio del Espejo. Así, antes de los 18-24 meses de edad, el individuo no es capaz de concebir su ser como una unidad, sino que la conciencia del “sí mismo”, se reduce a la percepción de entidades aleatorias y fundidas con su medio mediante una relación simbiótica. Es solo con la maduración psicofisiológica y por supuesto con la ayuda de sus vínculos primarios (Madre/Padre) como el individuo logra concebir su cuerpo y su psique como unidades integrales, aunque separadas entre sí. Es también el momento en el que la instancia psicológica del “Yo” hace su aparición.
Este momento crucial en el desarrollo psicológico, termina un ciclo y a la vez abre uno distinto. Así, la etapa simbiótica con el medio llega a su fin y aparece un nuevo y flamante Yo, diferenciado, individual. Al inicio, esta nueva instancia físico psicológica parece ofrecer posibilidades sorprendentes… aún se cuenta con el cariño y la aprobación incondicional de los seres cercanos, y además hay un nuevo universo con nuevas capacidades para explorarlo. Sin embargo, al pasar de las semanas y los meses, el cariño y aprobación de los otros comienza a tornarse menos incondicional. Ahora hay ciertas condiciones que nos son exigidas: control de esfínteres e impulsos, modulación de la voz, comer con cubiertos, asearnos… Opuestamente a las fallidas esperanzas de nuestro hipotético individuo, las cosas no parecen mejorar con el tiempo. Al entrar al escuela y/o comenzar a relacionarse con un entorno social más amplio, las condiciones y normas de comportamiento parecen aumentar y tienden a complejizarse. En pocas palabras es a partir de este nuevo ciclo que el individuo es introducido a un continuo condicional de comportamiento, el cual determinará una buena parte de sus actos, en función de las exigencias y expectativas de su entorno social, familiar, cultural, físico y simbólico, definiendo a la vez, la naturaleza del deseo individual. Así, por más esfuerzos que el individuo invierta en la adecuación de su ser a las constantes y crecientes exigencias de su medio (buscando por supuesto, cumplir sus propios deseos), estas nunca serán satisfechas, generando así un contexto de “falta” perenne. Al ser inaugurada la “experiencia de constante falta”, el individuo busca la eliminación de aquellos asuntos inaceptables de sí mismo y de su entorno, creando una brecha entre el ser real y el ser ideal, la cual determinara en buena medida su bienestar, satisfacción y felicidad.
Buscamos, buscamos y buscamos, pero no encontramos. Queremos ser más atractivos, tener más dinero, tener un trabajo distinto, superar a nuestros hermanos/padres/pares, tener más posesiones, un auto nuevo, un viaje, fama, no estar enfermos… Al inicio, parece que el logro de estos objetivos realmente contribuye a saciar nuestra constante falta. Sin embargo, con el pasar de los años, notamos que el efecto es cada día más difuso: quizá al inicio perdura 1 año, 6 meses, 30 días, una semana, un minuto…Por más que nos esforcemos, el individuo en falta acecha en cada paso que damos, por más que tratemos y tratemos esta falta nunca se completará, es simplemente, la respuesta a una pregunta que nunca fue hecha…
Mirar hacia adentro…
Pero, ¿qué más? ¿Resignarnos a ser individuos en falta? ¿Tomar la vida como un mero ganar y gastar? ¿Orientar nuestros esfuerzos y habilidades a sostener lo insostenible? ¿A basar nuestro comportamiento y desarrollo personal/espiritual en la ilusión de saciar un deseo insaciable? Quizá no… quizá haya más opciones.
Hasta este momento parece que algo podría quedar claro: Nada de lo que encontremos afuera será capaz de complementar “la experiencia de constante falta”, a lo mucho funcionará como un paliativo que contribuye a callar un poco las “voces”. Dicen los que saben, que cuando el ser humano descubre esta verdad, es cuando comienza a ver hacia adentro, hacia su propia falta, el origen de su deseo y de la brecha insalvable entre el ser imperfecto y la existencia plena (o felicidad)
Grandes estudiosos, místicos y maestros espirituales han señalado estas cuestiones, proporcionando al tiempo mapas, herramientas, prácticas, disciplinas y técnicas capaces de guiar al individuo en su viaje hacia las profundidades de su propio ser. De entre todos ellos, Ken Wilber, y la escuela de psicología transpersonal, destacan por la claridad de sus ideas, el alcance de sus marcos de referencia y por supuesto el soporte y guía que proporcionan al individuo en su proceso de desarrollo personal/espiritual.
En su libro, El espectro de la conciencia, Wilber distingue esta “experiencia de constante falta” como una parte fundamental en el proceso de desarrollo personal/espiritual de los individuos. De hecho, es justamente la conciencia sobre la existencia de esta falta, la cual detona el verdadero proceso de desarrollo espiritual. Así, a partir de este momento, el individuo comienza un largo viaje de integración de aquellas mitades “perdidas” del ser, origen de su constante falta. Dichas “mitades”, existen en distintos niveles y responden a distintas factores de la vida integral de los individuos. Asimismo, cada nivel está fuertemente relacionado con disciplinas, tradiciones y teorías psicológico/espirituales. A continuación un breve resumen de cada una:
- Nivel 1 – Integración de la Persona/Sombra: en el nivel más primario, el individuo debe embarcarse en un viaje de recuperación de las facetas perdidas de su personalidad, es decir de aquellas características físico-psicológicas que resultan inaceptables para su entorno físico, social, familiar y simbólico. El enfoque psicológico por excelencia en estos casos es el psicoanálisis (Freud, Lacan)
- Nivel 2 – Integración del Ego/Cuerpo: en este nivel, el binomio clásico cuerpo-mente es reducido a unidad mediante la disolución de la frontera entre los fenómenos físicos y psicológicos, concibiendo ambos como parte de un mismo fenómeno existencial (a diferencia de los enfoques tradicionales, en donde generalmente el cuerpo, al ser terrenal es pecaminoso y oscuro, mientras la mente/alma es etérea, pura y perfecta). Los principales enfoques de aproximación en este nivel son: Psicología Gestalt, Humanismo, Logoterapia, Bioenergética y otros.
- Nivel 3 – Organismo total/Medio: Toda vez que la conciencia integral cuerpo-mente ha sido alcanzada, tiene lugar el proceso de integración del organismo total (mente-cuerpo) con el medio físico, social, cultural, familiar y simbólico. Así, en este nivel el individuo es capaz de reconocer “su propia voz” dentro del coro, siendo al mismo tiempo parte unitaria del mismo. Recordando a Herman Hesse en Siddhartha “Ya otras muchas veces había oído todo esto, todas aquellas voces en el río; pero hoy sonaban de modo distinto. Ya no sabía distinguir aquellas numerosas voces, ni las alegres de las llorosas, ni las infantiles de las de los hombres; pertenecían a todos juntos, lamentos del que añora, risas del sabio, gritos del colérico y gemidos del moribundo; todo era uno, todo entremezclado y enredado mil veces”. Algunos enfoques de aproximación en este caso son: Hinduismo, Budismo Mahayana & Vajrayana, Cristianismo Esotérico, y otras.
- Nivel 4 – Conciencia de unidad: Finalmente, una vez que el Organismo-Medio ha atravesado por las etapas ya descritas, comienza un largo e incierto proceso de desarrollo hacia la conciencia de unidad, que trasciende tiempo y espacio, y que cubre la existencia entera en un abrazo integral y pleno. Conocida también como la “Iluminación”, “El Reino de los Cielos” o “Nirvana”, entre otras, la conciencia de unidad puede resumirse como el logro espiritual mas destacado en la vida de cualquier ser humano. Algunos enfoques característicos son: Budismo Zen, Taoísmo, entre muchos otros.
No existen soluciones mágicas, ni recetas fáciles cuando se habla de desarrollo personal/espiritual. Por supuesto, estas breves líneas no pretenden definir un camino único al respecto; al contrario, que sirvan estas ideas como una invitación para mirar hacia adentro, al menos de vez en vez, revelando de forma paulatina la naturaleza de nuestra mente y nuestros deseos, caminando hacia un abrazo integral con el universo, mucho más allá de nuestras limitadas fronteras mentales.
“Se moriría sin llegar a su kibbutz pero su kibutz estaba allí, lejos pero estaba y él sabía que estaba porque era hijo de su deseo, era su deseo así como él era su deseo y el mundo o la representación del mundo eran deseo, eran su deseo o el deseo, no importaba demasiado a esa hora” (Julio Cortázar, Rayuela, Capitulo 36)
Carlos Coronel MA, PMP, ITIL